Funámbulo

Sin que nos demos cuenta, vivimos rodeados de funámbulos. O funambulistas, como lo prefiráis. Al final todo se reduce a lo mismo: no tiene importancia. El hecho es que a nuestro alrededor hay personas cruzando la cuerda floja hacia donde creen que está bien.
Incluso nosotros lo somos algunas veces. También nos calzamos con sus zapatos y andamos por el cable intentando no caer, con las pesadillas a nuestra derecha y los sueños en el extremo izquierdo de nuestro corazón.

La caída siempre depende
de nuestra voluntad.

De si queremos, o no, caer al vacío sin que nadie nos recuerde, porque al final solo se trata de sobrevivir a nuestros miedos y superar las adversidades.

La chica que se sienta a tu lado en clase, cabizbaja por las etiquetas que le ha puesto la gente, y no ella. El hombre que llega al trabajo cansado de vivir desventuras y que, sin embargo, te sonríe para equilibrar la balanza. El vecino que se cruza contigo en el portal y al que se le cae el corazón por saber lo que encontrará tras la puerta de su casa: un amor marchitado. La joven mujer que se sienta frente a ti en el autobús o en el tren y se echa las manos a la cabeza pensando que aquello no ha podido acabar. El mendigo que pide por la calle más transitada de Madrid y que no quiere monedas: solo desea ser visible a los ojos de la gente.

Todos ellos 
son funambulistas 
en el arte de vivir.

Funámbulos que tiemblan sobre el cable y por encima de nuestras cabezas.


El secreto de sobrevivir a la cuerda floja es equilibrar los sueños con los temores y cruzar sin problema. Pero la dificultad reside en la gente que te dice que no conseguirás lograrlo. Que es una estupidez seguir intentándolo, que está roto por completo. Que ese amor tan marchitado ya no se puede regar. Que no te mirarán porque no eres nadie. 
Todo ello se va colgando a la derecha de las personas y hacen que caigan a donde nadie los echará de menos. Pero siempre se nos olvida que toda rosa marchitada puede volver a brillar con el agua que todo lo cura: las lágrimas sinceras cargadas de arrepentimiento, anhelo, amor o nostalgia. Y que nadie no es real porque ella misma ya existe en sí (¿veis la paradoja?).

A veces, la única solución es caminar descalzos y pensar en los logros que obtendremos si conseguimos andar sobre la cuerda hasta el otro lado, donde viven los resultados de nuestros sueños.


Equilibrar la balanza no será fácil, y conllevará muchos cortes que no cicatrizarán. 

Sufrir de amor, o morir en el intento de amar. 

Porque...

"Amar es destruir
y ser amado es ser destruido".

La censura, los murmullos y las leyendas sobre nuestra realidad son espinas que se clavan en nuestros pies descalzos cuando caminamos sobre la cuerda floja. Pero ¿a alguien se le ocurrió alguna vez caminar por abajo? Voltea la cuerda y esquiva lo que te hiere, deshazte de ello. Aunque duela o sea complicado de amarrar a tu interior. No se puede renunciar a algo por unas espinas que se clavan en nuestros deseos.

Que la felicidad azote nuestra cara y baile con nuestro pelo. Que nos agite las ideas y las haga evolucionar, haciéndonos a nosotros más alegres y nos dé la energía que necesitamos para cargar sueños a la izquierda. Pero sin desequilibrarnos.

Si prestamos más atención a los sueños
acabaremos cayendo en la desilusión.

Siente el viento recorrer cada esquina de tu rostro, que se lleve tus miedos y preocupaciones a donde nunca los volverás a encontrar. Que te seque las lágrimas y no vuelvas a sufrir por aquello que se acabó cuando pareció que tan solo empezaba. Empápate de sus caricias y disfruta del viento que te empuja a caminar por la cuerda. Porque, al final, acabarás volando y no necesitarás el equilibrio para lograrlo. 

Después de todo, se acaba llegando a los destinos de nuestra mente, desde donde empezamos a caminar por el corazón.


Caminar por las vías y ser tú el que conduzca a los pasajeros de tu tren de ensueño por tus carriles: ser tú el único que tome el rumbo de su vida y guíe sus sueños, afrontando retos y sufrimientos para al final acabar al final de la cuerda. 
Ser libre en tu modo de vivir. Ser libre en la manera de amar. Libertad para cuándo reír y cuándo llorar, para cómo curar y cómo sobrevivir con tu nado en el naufragio incierto de los ojos que tantas miradas te han dedicado.

Bienvenido, perlas de cristal, a mi cuerda floja. Al bote de este príncipe que navega en un mar desconocido, armado con su bufanda y su fe. 


Cruza el túnel aunque esté oscuro
que al final hallarás luz.

Cruza las espinas, que acabarás alcanzando lo que tanto deseabas.


El camino termina donde encuentres la felicidad. La libertad. ¿El amor?
Si todavía no has hallado más que desventuras significa que estás cerca de tu plenitud.

Porque el camino de baldosas amarillas nunca fue bonito, y de bonito fue lo peor. Y de lo peor, acabó siendo el único caminó que llevó a Dorothy a la Ciudad Esmeralda y al Mago de Oz, siendo aquel el final de su camino. Donde encontró aquello que buscaba por atreverse a enfrentar a la Bruja Mala del Este.

Busca tu camino de adoquines amarillos.
Derrota a quien te lo impida.
Y encuentra a tu Mago de Oz.


-Principito.

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